¿Que poema es el más doloroso y deprimente?

A mi parecer "los heraldos negros" de Vallejo se lleva el oro.

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  • BALADA

    Él pasó con otra;

    yo le vi pasar.

    Siempre dulce el viento

    y el camino en paz.

    ¡Y estos ojos míseros

    le vieron pasar!

    Él va amando a otra

    por la tierra en flor.

    Ha abierto el espino;

    pasa una canción.

    ¡Y él va amando a otra

    por la tierra en flor!

    El besó a la otra

    a orillas del mar;

    resbaló en las olas

    la luna de azahar.

    ¡Y no untó mi sangre

    la extensión del mar!

    El irá con otra

    por la eternidad.

    Habrá cielos dulces.

    (Dios quiera callar.)

    ¡Y él irá con otra

    por la eternidad!

    ( Gabriela Mistral, chilena)

  • El más tétrico, asfixiante y deprimente que conozco se titula "La desesperación" y está atribuido a Espronceda.

    LA DESESPERACIÓN

    Me gusta ver el cielo

    con negros nubarrones

    y oir los aquilones

    horrísonos bramar,

    me gusta ver la noche

    sin luna y sin estrellas,

    y sólo las centellas

    la tierra iluminar.

    Me agrada un cementerio

    de muertos bien relleno,

    manando sangre y cieno

    que impida el respirar,

    y allí un sepulturero

    de tétrica mirada

    con mano despiadada

    los cráneos machacar.

    Me alegra ver la bomba

    caer mansa del cielo,

    e inmóvil en el suelo,

    sin mecha al parecer,

    y luego embravecida

    que estalla y que se agita

    y rayos mil vomita

    y muertos por doquier.

    Que el trueno me despierte

    con su ronco estampido,

    y al mundo adormecido

    le haga estremecer,

    que rayos cada instante

    caigan sobre él sin cuento,

    que se hunda el firmamento

    me agrada mucho ver.

    La llama de un incendio

    que corra devorando

    y muertos apilando

    quisiera yo encender;

    tostarse allí un anciano,

    volverse todo tea,

    oír como vocea,

    ¡qué gusto!, ¡qué placer!

    Me gusta una campiña

    de nieve tapizada,

    de flores despojada,

    sin fruto, sin verdor,

    ni pájaros que canten,

    ni sol haya que alumbre

    y sólo se vislumbre

    la muerte en derredor.

    Allá, en sombrío monte,

    solar desmantelado,

    me place en sumo grado

    la luna al reflejar,

    moverse las veletas

    con áspero chirrido

    igual al alarido

    que anuncia el expirar.

    Me gusta que al Averno

    lleven a los mortales

    y allí todos los males

    les hagan padecer;

    les abran las entrañas,

    les rasguen los tendones,

    rompan los corazones

    sin de ayes caso hacer.

    Insólita avenida

    que inunda fértil vega,

    de cumbre en cumbre llega,

    y arrasa por doquier;

    se lleva los ganados

    y las vides sin pausa,

    y estragos miles causa,

    ¡qué gusto!, ¡qué placer!

    Las voces y las risas,

    el juego, las botellas,

    en torno de las bellas

    alegres apurar;

    y en sus lascivas bocas,

    con voluptuoso halago,

    un beso a cada trago

    alegres estampar.

    Romper después las copas,

    los platos, las barajas,

    y abiertas las navajas,

    buscando el corazón;

    oír luego los brindis

    mezclados con quejidos

    que lanzan los heridos

    en llanto y confusión.

    Me alegra oír al uno

    pedir a voces vino,

    mientras que su vecino

    se cae en un rincón;

    y que otros ya borrachos,

    en trino desusado,

    cantan al dios vendado

    impúdica canción.

    Me agradan las queridas

    tendidas en los lechos,

    sin chales en los pechos

    y flojo el cinturón,

    mostrando sus encantos,

    sin orden el cabello,

    al aire el muslo bello...

    ¡Qué gozo!, ¡qué ilusión!

  • CERRARON SUS OJOS

    Gustavo Adolfo Bécquer

    Cerraron sus ojos

    que aún tenía abiertos,

    taparon su cara

    con un blanco lienzo,

    y unos sollozando,

    otros en silencio,

    de la triste alcoba

    todos se salieron.

    La luz que en un vaso

    ardía en el suelo,

    al muro arrojaba

    la sombra del lecho,

    y entre aquella sombra

    veíase a intervalos

    dibujarse rígida

    la forma del cuerpo.

    Despertaba el día

    y a su albor primero

    con sus mil ruidos

    despertaba el pueblo.

    Ante aquel contraste

    de vida y misterio,

    de luz y tinieblas,

    yo pensé un momento:

    "¡Dios mío, qué solos

    se quedan los muertos!"

    De la casa, en hombros,

    lleváronla al templo,

    y en una capilla

    dejaron el féretro.

    Allí rodearon

    sus pálidos restos

    de amarillas velas

    y de paños negros.

    Al dar de las ánimas

    el toque postrero,

    acabó una vieja

    sus últimos rezos,

    cruzó la ancha nave,

    las puertas gimieron

    y el santo recinto

    quedóse desierto.

    De un reloj se oía

    compasado el péndulo

    y de algunos cirios

    el chisporroteo.

    Tan medroso y triste,

    tan oscuro y yerto

    todo se encontraba

    que pensé un momento:

    "¡Dios mío, qué solos

    se quedan los muertos!"

    De la alta campana

    la lengua de hierro

    le dio volteando

    su adiós lastimero.

    El luto en las ropas,

    amigos y deudos

    cruzaron en fila,

    formando el cortejo.

    Del último asilo,

    oscuro y estrecho,

    abrió la piqueta

    el nicho a un extremo;

    allí la acostaron,

    tapiáronla luego,

    y con un saludo

    despidióse el duelo.

    La piqueta al hombro

    el sepulturero,

    cantando entre dientes,

    se perdió a lo lejos.

    La noche se entraba,

    el sol se había puesto:

    perdido en las sombras

    yo pensé un momento:

    "¡Dios mío, qué solos

    se quedan los muertos!"

    En las largas noches

    del helado invierno,

    cuando las maderas

    crujir hace el viento

    y azota los vidrios

    el fuerte aguacero,

    de la pobre niña

    a veces me acuerdo.

    Allí cae la lluvia

    con un son eterno;

    allí la combate

    el soplo del cierzo.

    Del húmedo muro

    tendida en el hueco,

    ¡acaso de frío

    se hielan los huesos...!

    ¿Vuelve el polvo al polvo?

    ¿Vuela el alma al cielo?

    ¿Todo es, sin espíritu,

    podredumbre y cieno?

    ¡No sé; pero hay algo

    que explicar no puedo,

    que al par nos infunde

    repugnancia y duelo,

    a dejar tan tristes,

    tan solos los muertos.

  • "Asomaba a sus ojos una lágrima

    y a mis labios una frase de perdón;

    habló el orgullo, enjugó el llanto

    y en mis labrios la frase expiró.

    Ella va por un camino, yo por otro,

    pero al pensar en nuestro mutuo amor,

    yo me pregunto aún "¿Por qué calle aquel día?"

    y ella dirá "¿Por qué no lloré yo?"."

  • poema no. 20 de Neruda

  • que tal el poema 20 de Neruda?

    http://www.poesia-inter.net/pn24020.htm

    saludos.

  • Duelo literario ¿Te atreves?

    2 participantes, una sola historia www.yolje.com

  • LA CANCIÓN DESESPERADA: Pablo Neruda

    Emerge tu recuerdo de la noche en que estoy.

    El río anuda al mar su lamento obstinado.

    Abandonado como los muelles en el alba.

    Es la hora de partir, oh abandonado!

    Sobre mi corazón llueven frías corolas.

    Oh sentina de escombros, feroz cueva de náufragos!

    En ti se acumularon las guerras y los vuelos.

    De ti alzaron las alas los pájaros del canto.

    Todo te lo tragaste, como la lejanía.

    Como el mar, como el tiempo. Todo en ti fue naufragio!

    Era la alegre hora del asalto y el beso.

    La hora del estupor que ardía como un faro.

    Ansiedad de piloto, furia de buzo ciego,

    turbia embriaguez de amor, todo en ti fue naufragio!

    En la infancia de niebla mi alma alada y herida.

    Descubridor perdido, todo en ti fue naufragio!

    Te ceñiste al dolor, te agarraste al deseo.

    Te tumbó la tristeza, todo en ti fue naufragio!

    Hice retroceder la muralla de sombra,

    anduve más allá del deseo y del acto.

    Oh carne, carne mía, mujer que amé y perdí,

    a ti en esta hora húmeda, evoco y hago canto.

    Como un vaso albergaste la infinita ternura,

    y el infinito olvido te trizó como a un vaso.

    Era la negra, negra soledad de las islas,

    y allí, mujer de amor, me acogieron tus brazos.

    Era la sed y el hambre, y tú fuiste la fruta.

    Era el duelo y las ruinas, y tú fuiste el milagro.

    Ah mujer, no sé cómo pudiste contenerme

    en la tierra de tu alma, y en la cruz de tus brazos!

    Mi deseo de ti fue el más terrible y corto,

    el más revuelto y ebrio, el más tirante y ávido.

    Cementerio de besos, aún hay fuego en tus tumbas,

    aún los racimos arden picoteados de pájaros.

    Oh la boca mordida, oh los besados miembros,

    oh los hambrientos dientes, oh los cuerpos trenzados.

    Oh la cópula loca de esperanza y esfuerzo

    en que nos anudamos y nos desesperamos.

    Y la ternura, leve como el agua y la harina.

    Y la palabra apenas comenzada en los labios.

    Ese fue mi destino y en él viajó mi anhelo,

    y en él cayó mi anhelo, todo en ti fue naufragio!

    Oh, sentina de escombros, en ti todo caía,

    qué dolor no exprimiste, qué olas no te ahogaron!

    De tumbo en tumbo aún llameaste y cantaste.

    De pie como un marino en la proa de un barco.

    Aún floreciste en cantos, aún rompiste en corrientes.

    Oh sentina de escombros, pozo abierto y amargo.

    Pálido buzo ciego, desventurado hondero,

    descubridor perdido, todo en ti fue naufragio!

    Es la hora de partir, la dura y fría hora

    que la noche sujeta a todo horario.

    El cinturón ruidoso del mar ciñe la costa.

    Surgen frías estrellas, emigran negros pájaros.

    Abandonado como los muelles en el alba.

    Sólo la sombra trémula se retuerce en mis manos.

    Ah más allá de todo. Ah más allá de todo.

    Es la hora de partir. Oh abandonado!

  • Sí, Vallejo tiene lo suyo. Darío, con "Lo fatal" también es bastante deprimente.

  • Cálmate, pues, vida mía!

    Reposa aquí, y un momento

    olvida de tu convento

    la triste cárcel sombría.

    ¡Ah! ¿No es cierto, ángel de amor,

    que en esta apartada orilla

    más pura la luna brilla

    y se respira mejor?

    Esta aura que vaga llena

    de los sencillos olores

    de las campesinas flores

    que brota esa orilla amena;

    esa agua limpia y serena

    que atraviesa sin temor

    la barca del pescador

    que espera cantando al día,

    ¿no es cierto, paloma mía,

    que están respirando amor?

    Esa armonía que el viento

    recoge entre esos millares

    de floridos olivares,

    que agita con manso aliento;

    ese dulcísimo acento

    con que trina el ruiseñor

    de sus copas morador

    llamando al cercano día,

    ¿no es verdad, gacela mía,

    que están respirando amor?

    Y estas palabras que están

    filtrando insensiblemente

    tu corazón ya pendiente

    de los labios de don Juan,

    y cuyas ideas van

    inflamando en su interior

    un fuego germinador

    no encendido todavía,

    ¿no es verdad, estrella mía,

    que están respirando amor?

    Y esas dos líquidas perlas

    que se desprenden tranquilas

    de tus radiantes pupilas

    convidándome a beberlas,

    evaporarse, a no verlas,

    de sí mismas al calor;

    y ese encendido color

    que en tu semblante no había,

    ¿no es verdad, hermosa mía,

    que están respirando amor?

    ¡Oh! Sí, bellísima Inés

    espejo y luz de mis ojos;

    escucharme sin enojos,

    como lo haces, amor es:

    mira aquí a tus plantas, pues,

    todo el altivo rigor

    de este corazón traidor

    que rendirse no creía,

    adorando, vida mía,

    la esclavitud de tu amor.

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